26.4.09

Marosa di Giorgio

La primera vez que escuché a esta poeta no sé que fue lo que cimbró más en mí, si su sepulcral entonación o sus textos en sí. Definitivamente es una mujer que nunca olvidaré. Sus poemas son sexuales, malvados, tergiversados y llevan la fuerza de un relámpago. A Marosa le debo algo. Ella me tocó de una manera en que ningún(a) autor(a) había hecho en muchísimo tiempo. Marosa me llenó el pecho de calaveritas y despertó a los murciélagos dormidos de mi cabeza. Ojalá hubiera podido hacer algo mejor...desafortunadamente, no lo logré. Pero le dedico con todo mi amor este texto maldito, que a mi queridísimo Irving no le gustó. Qué lástima porque también tenía una pequeña dedicatoria a él. Víctor Anoche Víctor murió. Su cuerpo, inerte, yacía en medio de la calle. Nadie supo ni qué le pasó. Su alma tan rápido se desgarró de su cuerpo que quedó herida. Atrapada entre dos mundos, quedó encerrada, emparedada en un infernal pasillo estrecho sin fin. A donde quiese que girara, sentía la incesante opresión en el pecho y en la espalda. Aullaba, gritaba y nadie lo escuchaba. La gente pasaba; lo ignoraba. Sólo los gatos se erizaban y algunos perros también ladraban. Tenía meses que Víctor murió. No veía la luz, sólo sombras. Un día a un cine entró. Una muchacha, hermosa, vestida de blanco y con dulces caireles se estremeció. De su plexo, salió una chispa. Luz, luz, tan preciada luz que Víctor no veía. Abrió su boca, y quedamente como un niño cuando atrapa una mariposa, se acercó. Aspiro lenta y profundamente. Cuando no podía succionar más comenzó a sofocarse pero siguió aspirando. Se ahogó, tosió pero continuó inhalando. Cuando entró la chispa en su cuerpo, sintió vida fulgurosa dentro de sí. Soltó una risotada: “¡já!” Palideció la muchacha. Algo sintió. Víctor lo notó. Aguardo pacientemente mirándola de frente, hasta que volvió a sobresaltarse, pero esta vez Víctor estaba mejor preparado. Tenía abiertas sus fauces pegadas a su plexo, listo para tragar todo el deleitoso almíbar de la mujer. Y así continuó. Siendo ladrón de energía. Se fortalecía. Tiempo después notó que su presencia los más sensibles percibían. Susurraba nombres, rozaba cuellos, todo para incitar la expulsión de esa delicada energía. Por las noches disfrutaba humedeciendo los sueños de las niñas. Entraba en sus cabezas, tomaba la forma de su amado y las fascinaba. Ya que se entregaban a la pasión, este se transformaba en la más atroz pesadilla. A veces un bicho, a veces su padre, a veces tenía el semblante del mismísimo demonio. Así, durante la trasgresión seguía apropiándose de más y más luz. Cada vez más vigoroso se sentía y cada vez, las paredes lo apretaban menos. Un día, realizando su rutina nocturna descubrió un pequeño orificio por donde salía este fulgor. Metió un dedo. Después la mano. La mujer tanto en sueños como en vida se retorció. Forzó su brazo pero más allá no llegó. Al retirarlo advirtió un mediano agujero. Sin pensarlo dos veces introdujo sus dos brazos y rasgó desde dentro el alma en dos. Ella emitió un alarido que horrorizaba a cualquiera. Estaba dentro de ella. Sudorosa y agitada intentó levantarse. No pudo. Sólo hasta que él quiso fue que pudo levantarse. Sus carcajadas endemoniadas resonaron en la cabeza de la joven. Trabajosamente se movía alrededor de la habitación. Le era difícil controlar el cuerpo de alguien que se negaba a cooperar. No tardó mucho en encontrar la manera de manipularla. Si se engrandecía rompía un poco más su aura, acercándola más al momento de su muerte. Ella era de carácter impetuoso. Se negaba a dejarse gobernar por otro ser. La feroz lucha por su vida duró muy pocos minutos. Él cada vez la rompía más y más. En un último intento de librarse amenazó con tirarse por la ventana. Él se carcajeó, “los muertos no pueden morirse dos veces” retumbó la voz de Víctor en sus entrañas. Aún así lo hizo y como ya poseía una parte de su cuerpo también una parte de su dolor. Todavía así no logró vencerlo y en venganza decidió ensancharse más. Poseerla un poco más. Fue demasiado. Irreparablemente la destrozó. Víctor fue forzado hacia fuera. No podía poseer un cuerpo muerto. El alma que daba vida a los cuerpos no podía ser la suya. Víctor había aprendido algo nuevo. Vagó entre las casas hasta que encontró otra mujercita, bella, la cual sabía que fácilmente seduciría.

Diana Mejía 2.marzo.2010

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